Una vida adentro y otra afuera
Había terminado su jornada laboral, Fabricio llegaba exhausto a su casa. Había trabajado casi 10 horas en su lugar de trabajo que quedaba a treinta kilómetros de distancia y no veía el momento de entrar a su hogar. Con campera, barbijo, alcohol en gel en forma de spray, y de todas las formas que se le ocurrían, transitaba por su vida de una manera distinta, particular.
El sentía que esos elementos de reaseguro lo resguardaban y lo mantenían al cuidado de un virus errático, azaroso, caprichoso, con consecuencias que variaban en un espectro muy disímil, de leves a letales. Y entonces después de haber tratado de mantener una distancia social hasta con sus amigos más atrevidos y confianzudos, llegaba a su casa. No veía la hora de hacerlo. Llegar era sacarse las zapatillas y dejarlas afuera. No tocar nada, no saludar ni a sus hijos, ni a su señora, quitarse la ropa y dejarse solo algo que le cubra sus partes más íntimas, y mientras la casa seguía con su dinámica, ir a bañarse.
Todas esas conductas era para que después pudiese conectarse con esa realidad tan diferente, para poder estar cerca de los suyos. Y sin distancias entonces, poder hablar de lo que quisiera. La puerta de su casa separaba dos mundos. Un mundo en el que había un virus dando vuelta, y otro mundo que aunque tenía olor a lavandina era perfecto. En el mundo de adentro la calidez, el abrazo, el abrigo de los seres queridos. En el de afuera la distancia, la premura, los cuidados. Como había cambiado todo en tan solo unos meses.
Él podía observar la realidad como dos realidades. Había una escisión, el se sentía disgregado, entre los compartimentos con los que tenía que operar afuera y los que podía tener dentro de su casa. El mundo del año pasado era diferente. En ese mundo todo esto que lo hacía sentirse aislado y que dividía y descomponía a su mundo en dos partes, estaba integrado. Y entonces el, con melancolía, veía las fotos con sus amigos y familiares, los viajes, la vida de antes.
Ya se había hecho tarde, eran las once de la noche y recordó a Pedro. Quería hablarle, aunque si lo hacía debería disculparse por la hora. En ese momento decidió enviarle un WhatsApp y preguntarle: cuándo hacemos una videollamada?
Lic. Romina Giancristiano